Porque yo lo siento

Hace poco, charlando con unos amigos sobre al imposibilidad de convencer mediante argumentos racionales a un nacionalista, me pusieron como ejemplo una vez en que, discutiendo amigablemente de política con un amigo suyo independentista, este cerró la conversación afirmando: no me vais a convencer, yo sé lo que siento y eso no va a cambiar. Un argumento que mis amigos aceptaron con fatalismo ya que les pareció habitual e irrebatible. Una opción personal razonable ya que las emociones son importantes y respetables.

A mí no me lo parece, así que aquí va mi razonamiento al respecto.

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Las emociones son importantes, sin duda, pero como el motor que nos mueve a diario. No como la inteligencia que elige la meta hacia la que dirigirnos. Los sentimientos son una máquina con piloto automático que se configura a partir de nuestra percepción racional de la realidad.

Aceptar que las emociones nos guíen en contra de la razón es tan disfuncional como pretender que las razones nos muevan por si solas a la acción: un desastre práctico. Por eso los políticos apelan siempre a ambas facetas, la racional y la emocional.

¿A que es difícil dejar un mal hábito tan solo por saber que es perjudicial? Esto es así porque lo sabemos racionalmente pero no lo sentimos. La razón por si sola no basta para movernos.

Algo similar ocurre cuando pretendemos que las pasiones nos guíen en vez de ayudarnos a llevar a cabo lo que analizamos como conveniente. Los problemas prácticos no hacen que dejemos de desear un mal hábito. Las emociones no conducen por si solas a una respuesta práctica.

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Un par de ejemplos:

Yo deje de fumar con un libro que se titula «Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo» (Allen Carr). Su estrategia es sencilla. Si lees el libro es porque ya piensas que te conviene dejar de fumar (el cerebro racional ya está convencido), así que se trata de educar a tus sentimientos para que además lo desees (cerebro emocional). Son los sentimientos los que hacen fumar al adicto en contra de su razón, así que se centra en modificar las emociones para que sea posible dejarlo sin esfuerzo. El libro no es más que una colección de ideas publicitarias contra el fumar. Ideas emocionales del tipo: fumar es como llevar unos zapatos apretados que sólo dan gusto al aflojarlos. Ideas emocionales repetidas machaconamente para adormecer a la razón y facilitar que modifiquen nuestros sentimientos. Cuanto mas se repitan, mejor. ¡Y funciona!

Es decir, el libro se basa en que los sentimientos pueden no estar bien dirigidos (llevarnos a fumar) pero es posible modificarlos para adecuarlos a lo que consideramos racionalmente conveniente.

Otro ejemplo sería el del hipnotismo para tratar fobias como el vértigo o la claustrofobia. Uno puede saber que entrar en el metro o andar por un puente no es peligroso, pero si siente tensión al hacerlo no basta con saberlo. La hipnosis es una técnica de bloqueo del cerebro racional (el frontal) para poder influir directamente sobre el cerebro emocional (la amígdala), encargado de generar emociones. Sin el freno del control racional no hay resistencia a la hora de conseguir que el hipnotizador modifique el cerebro emocional. Y, así, tras unas sesiones escuchando al hipnotizador que el metro es seguro, el paciente no solo lo sabe sino que además lo siente.

De hecho, por este motivo está prohibida la publicidad subliminal (no perceptible por la razón) o rechazamos el adoctrinamiento infantil (antes de que las herramientas de la razón estén desarrolladas). Porque en esos casos el cerebro racional no puede defendernos de los sentimientos inducidos, de la manipulación de nuestras emociones.

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Visto desde este prisma ¿qué implicaciones tiene permitir que nuestro análisis político se rija por las emociones?

Todos sabemos que los discursos políticos a veces se centran en argumentos racionales (objetivos a satisfacer como la disminución del paro, la construcción de carreteras o la mejora de la seguridad), pero otras veces utilizan ideas emocionales que deforman la realidad para generar miedos, odios e ilusiones interesadamente. Las dos facetas se incorporan habitualmente a los discursos políticos, mezcladas en proporciones variadas.

Aceptar regirnos por las emociones sin aplicar el filtro racional es aceptar ser manejados mediante la manipulación. Sin defendernos de ella, dejándonos llevar.

Pero pretender actuar tan solo por la razón es también irreal, son las emociones las que nos mueven.

En política es necesario aprovechar la faceta emocional, imprescindible para movilizar y conseguir objetivos, pero bajo el control de la razón, que nos permitirá valorar cuando esas emociones son prácticas y cuando autodestructivas.

¡Vivan las pasiones políticas… supervisadas por la razón!

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Podemos utilizar metáfora del palo y la zanahoria para ilustrar la mezcla de manipulación racional y emocional en política.

El palo sería la presión práctica que racionalmente desearemos evitar. En el caso de la política el palo puede traducirse en arrinconamiento social, inconvenientes económicos o laborales, riesgo de agresión física o cualquier otro perjuicio práctico derivado de no seguir la pauta que marquen los dirigentes políticos de turno. Sabemos que nos manipulan pero lo aceptamos por sentido práctico.

La zanahoria representaría la manipulación irracional de las emociones, el engaño emocional que nos hace desear lo que quieren los políticos que deseemos. Evitar un peligro apocalíptico (miedo), devolver el golpe a ese supuesto colectivo que los políticos nos han hecho sentir que vive mejor que nosotros y nos maltrata (odio y envidia) o formar parte de un destino utópico (ilusión).

Quizá tenga sentido ceder ante el palo pero ¿en serio tiene sentido aceptar regirse por una zanahoria?

¿Tiene sentido dejarnos llevar por la adicción a esa nicotina que son las constantes dosis de adoctrinamiento emocional que nos transmiten desde los medios de comunicación?

Y, una última vuelta, ¿es posible que muchos cedan a la zanahoria para no tener que admitir que no serían capaces de enfrentarse al palo?

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